SEGUNDA ESTRELLA A LA DERECHA
(Legados
inmortales)
El otro día encontré bajo mi cama una caja de cartón. Era
una vieja caja de zapatos que yo de pequeño había pintado con esmero pero sin
demasiada fortuna. En la caja, guardaba todos aquellos tesoros que me iba
ofreciendo la vida. Recuerdo que una vez metí un diente que el ratoncito Pérez
jamás recogió. También, guardé con cariño un angelito que todos los años mi
madre me ayudaba a colocar en lo alto del pino de navidad. Cuando se tiraron
los adornos a la basura, quise mantener aquella figura que tantos buenos
momentos había presenciado desde lo alto del abeto. Si no recuerdo mal, el día
que me rompieron el corazón por última vez, me digné en conservar aquel beso
nostálgico y dulce lleno de cariño que nos dimos en la despedida. Como aún
quedaba hueco en la caja, también guarde los barcos pirata, los unicornios y
Pegasos, los dragones y castillos y los enanitos y hadas que me acompañaban cada
noche.
Me senté a la orilla de la cama
sujetando sobre mis piernas mi cofre del tesoro, mientras los recuerdos de
momentos mejores bombardeaban mi mente. Sin quererlo, el recuerdo me hizo
recobrar la ilusión, y sin controlarlo, una sonrisa ilumino mi cara. Un suspiro
arrancó mi mano que nerviosa ante el reencuentro con mi pasado, no acertaba a
abrir la caja. Finalmente, destape mis sueños y un halo de ilusión inundó mi
cuarto. Y entonces volví a sujetar con fuerza mi espada de madera, a jugar con
los trenes de hojalata, a surcar los cielos entre las nubes, a saltar bajo la
lluvia en un charco embarrado, a mancharme la cara de helado de chocolate, a
cazar grillos y luciérnagas que pusieran luz y melodía a mi cuarto y liberé al
niño que durante tanto tiempo había desterrado.
Pero algo en la caja llamo
preocupadamente mi atención. Presto, sujeté entre mis manos aquel cuerpo frágil
que pálidamente reposaba sobre mi colección de cromos. Su rostro era bello como
una bailarina de porcelana, y sus finas manos abrazaban su esbelta figura en un
gesto protector. Sus alas, ya no brillaban y sabía que yo era el culpable de su
oscuridad. Por ello, su negrura asaltó mi alma y una lágrima acertó pronto a resbalar
por mi mejilla. Mi olvido la había matado y mi madurez la había enterrado en
vida en aquella vieja caja de zapatos. No pude controlar el llanto al ver que
mis sueños habían muerto lentamente con el pasar de los años. Había madurado,
había aprendido, había crecido; y eso era precisamente lo que me hacía infeliz.
Y entonces, lloré por haber sido tan estúpido y haber matado mis ilusiones a
cambio de hacerme mayor. En plena desesperación, una luz detuvo mi desesperanza
y sorprendido acerté a abrir mis ojos. Una lágrima recorría el rostro de la
delicada figura tornando en color toda su blancura. Según iba desplegando sus
alas la luz que desprendían brillaba cada vez con más esplendor. Abrió sus ojos
y su mirada se clavó en la mía, y entonces sonrió, y entonces sonreí. Alzó el
vuelo hasta la altura de mis mejillas y secó mis lágrimas con sus cálidas
manos. Luego, se posó en mi cabeza y me espolvoreo con una especie de polvo dorado. Entonces,
agarró mi meñique a dos manos, y me invitó a seguirla. Confiaba en ella, era
una vieja conocida, así que salte por la ventana y volé, volé hacia aquél lugar
que hacía tiempo que no visitaba. Por fin recobre mis sueños, recobre mis
ilusiones que había olvidado en una vieja caja de cartón. No dejéis que el
tiempo os mate en vida y mantener siempre la ilusión. Si queréis encontrarme,
ya sabéis, en la segunda estrella girar a la derecha y todo recto hasta el
amanecer. Os espero.
Mi
problema creo que es justamente el contrario. Sueño demasiado, me ilusiono
demasiado…y la realidad…siempre me aplasta.
FIRMADO “X”
¿A que suenan los amaneceres? A eso quiero que suene hoy.
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